lunes, 19 de mayo de 2014

La vuelta


Andrés quiso volver al lugar de los hechos para recrearse mejor en los recuerdos que ahora, treinta años después, quería transportar a su nueva novela. ¿Qué mejor que revivir aquel suceso en el propio escenario en que tuvo lugar?

Treinta años eran muchos, quizá demasiados, pero aun guardaba nítidamente en su memoria lo que allí sucedió cuando él tan solo era un niño ávido de experiencias y aventuras. ¡Y eso sí que fue una experiencia inolvidable!

Hubieran podido ser sus mejores vacaciones de verano de no haber sucedido aquella desgracia. Recuerda, como si fuera hoy, el interrogatorio al que fue sometido cuando sus padres le llevaron al cuartel de la Guardia Civil para que contara lo que había visto.

Él, con un tembleque en las piernas y una voz entrecortada por el miedo, solo acertó a decir que había visto una mujer muerta en un claro del bosque, junto al río. Una señora mayor, vestida de negro, con una falda hasta los pies y un pañuelo también negro que le cubría parcialmente la cabeza, dejando entrever una melena blanca. Sí, sabía quién era, la había visto varias veces por el pueblo, pero no sabía su nombre –fue todo lo que Andrés pudo añadir tras la retahíla de preguntas que le hizo el cabo de guardia, con cierta cara de incredulidad, quizá pensando que aquello podía ser producto de la invención o exageración de un chiquillo sumamente imaginativo.

Quizá por vergüenza a que le consideraran un cobarde, no contó a nadie que, al acercarse a la mujer, ésta levantó la cabeza con gran dificultad, le miró fijamente y extendió un brazo hacia él, seguramente en petición de ayuda. Atenazado como estaba por el miedo, se quedó paralizado, como una estaca clavada al suelo, hasta que la anciana cerró los ojos y se desplomó. Fue entonces cuando echó a correr para contárselo a sus padres. Por muchos años que pasaran, Andrés siempre recordaría aquella imagen, aquella mirada y aquellas manos crispadas en forma de garra.

Cuando el cabo y dos números de la Guardia Civil se presentaron, junto con Andrés y sus padres, en el supuesto el lugar del hallazgo, encontraron, efectivamente, el cuerpo sin vida de María, una anciana a la que los lugareños apodaban “María la bruja” por sus dotes, según contaban, de curandera y adivina. Aunque muchos decían en voz alta no creer en sus pócimas y adivinaciones, otros, según les refirió el cabo, creían que tenía poderes de los que más valía protegerse. Fuera como fuese, lo que sí estaba claro es que la mujer recibía con frecuencia visitas de los habitantes del pueblo y sus alrededores.

El resultado de la autopsia reveló que la anciana había sufrido un tremendo golpe en la base del cráneo que le produjo un traumatismo cráneo-encefálico de tal magnitud que debió de producirle la muerte casi instantánea. El informe de la Guardia Civil concluyó que María, seguramente buscando sus apreciadas plantas medicinales, debió resbalar o tropezar, golpeándose la nuca contra una piedra de grandes dimensiones que, al levantar el cadáver, apareció justo debajo de la víctima y en medio de un gran charco de sangre. Caso cerrado.

Y así estaban las cosas cuando las vacaciones tocaron a su fin y Andrés y sus padres volvieron a Zaragoza para reanudar las actividades laborales y escolares.

La desaforada imaginación de Andrés hizo que aquel accidente mutara, ante los oídos de sus amigos y compañeros de clase, a un cruel asesinato perpetrado por venganza, seguramente por parte de un cliente que se había sentido engañado y estafado por esa vieja lunática y charlatana.

El verano siguiente, el último que Andrés pasaría en aquel pueblo del pirineo de Huesca, quiso visitar la tumba de María y que halló, tras una larga búsqueda que ya daba por infructuosa, fuera del recinto del cementerio, fuera de terreno sagrado. Una tosca lápida de piedra ya enmohecida y prácticamente cubierta por yerbajos, sin adornos ni flores, sin ni siquiera una cruz en su cabecera, indicaba el lugar donde descansaban los restos mortales de “María la bruja” y en la que, por toda inscripción, se podía leer:

María Moreno Salazar

1904-1984

¿Nada más? ¿Eso era todo lo que se sabía de aquella mujer?

Cuando Andrés preguntó a sus padres, no supieron darle ninguna información sobre aquella anciana con la que se había cruzado tantas veces por la calle, cada verano, desde que tenía uso de razón.

Aunque nunca olvidó aquel suceso, ahora, a sus cuarenta años, ávido por hallar un argumento original para su próxima novela, se le ocurrió que la historia de “María la bruja” bien podría servir para ese relato de intriga que siempre había querido escribir, y aunque bien podía inventarse los hechos que rodearon a aquella muerte dándole la forma de ese crimen que ideó muchos años atrás para sus amigos de la escuela, sintió la necesidad imperiosa de trasladarse hasta aquellas montañas, para inspirarse.

Volver atrás en el tiempo, relajarse en aquellos parajes que tantos recuerdos le traían, caminar de nuevo por el valle de Ordesa, hasta la Cola de Caballo, y por el de Pineta, hasta el nacimiento del Cinca, como cuando era niño, sería el acicate necesario para liberar su imaginación, últimamente un tanto mermada. Si bien, en su novela, el lugar y los personajes serían ficticios y los hechos descritos a su antojo, no así el entorno, la montaña, el río y el bosque que fueron testigos mudos de la muerte de aquella anciana solitaria.

Así pues, Andrés decidió volver al Sobrarbe para entrar en contacto con el presente de aquel lugar del Alto Aragón, tierra de mitos y leyendas ancestrales, para que le hablara del pasado.

De camino hacia su destino, entre Barbastro y L’Ainsa, hizo un alto en la pequeña población de Abizanda, junto al embalse del Grado, y, como todavía era temprano, aprovechó para visitar la famosa torre del castillo que, construida sobre un gran peñasco, hace de vigía pétreo del alto valle del río Cinca, y el no menos famoso Museo de Creencias y Religiosidad Popular, donde pudo contemplar una amalgama de símbolos y objetos mágico-religiosos que, hasta no hace mucho, le dijeron, los lugareños utilizaban para protegerse de los males sobre el cuerpo y el alma originados, bien por la naturaleza, bien por poderes ocultos de vivos y muertos.

Picado por la curiosidad, adquirió allí mismo un libro en el que se describían hechos sobre brujas, hechizos y creencias antiguas de Aragón (1) y que prometía serle de gran utilidad como fuente de inspiración para lo que pretendía narrar. Al termino de su visita, que resultó más larga de lo esperado, habiéndosele hecho demasiado tarde para llegar de día a Bielsa, su destino, donde había alquilado una antigua casa restaurada para turistas, decidió hacer noche en L’Ainsa, a unos 20 Km más al norte. Ya reanudaría el viaje al día siguiente, temprano. Sin prisa pero sin pausa.

Esa misma noche, en un hotelito a orillas del rio Ara, a menos de cien metros de donde éste desemboca en el Cinca, Andrés no podía imaginar que esa obra que tenía en sus manos, con sus historias y personajes mitológicos hasta entonces desconocidos para él, no sólo liberaría su imaginación sino la certeza de algo mucho peor: María Moreno Salazar fue realmente una bruxa y que su muerte no fue accidental sino una ejecución. Andrés ya tenía material para su próxima novela. Ahora solo le faltaba indagar en el pasado de aquel pueblo y de aquella mujer para ilustrar lo que realmente sucedió en 1984.
 
CONTINUARÁ…
 
 
(1) Chema Gutiérrez Lera. Breve inventario de seres mitológicos, fantásticos y misteriosos de Aragón. Ed. Prames, S.A. 1999.
 
 
 

8 comentarios:

  1. Me he quedado super enganchada, que continúe...

    Besos y abrazos!

    ResponderEliminar
  2. Continuará, continuará, y más sabiendo que es lo que esperas. Muchas gracias, Mily, por pasarte por aquí y dejar tu amable comentario.
    Un abrazo brujo.

    ResponderEliminar
  3. Genial Josep, esta historia promete, estoy deseando la continuación.
    Te encuentro muy suelto en esta narración y aunque no conozco esta parte de España, parece que estás muy bien documentado, con lo cual la historia parece más real.
    Me ha encantado.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues si no has estado por esa zona, te recomiendo visitarla. Desde que pasé un verano en Ainsa, cuando tenía 14 años, me enamoré del pirineo aragonés y he vuelto 5 ó 6 veces y espero repetir. Efectivamente, conocer los lugares (incluido el museo que cito) ayuda a dar más realismo a la narración.
      Agradecido por tu comentario.
      Un abrazo.

      Eliminar
  4. Quedo a la espera de saber lo que pasó aquel verano de 1984.
    El relato engancha al lector enseguida.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, María, por tu visita e interés. Ahora ya sabes, tendrás que volver si quieres conocer la continuación de esta historia.
      Un abrazo.

      Eliminar
  5. ¿Para cuándo la siguiente entrega, para cuándo?
    Qué bueno, Josep, sigue, por favor, no nos dejes así.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy en ello, Fefa. Espero poder publicar la siguiente entrega muy pronto, pero antes tendré que darme otra vuelta por aquellos lares, jeje.
      Espero no defraudaros.
      Muchas gracias por dejar tu amable comentario y hasta el próximo episodio.
      Un abrazo.

      Eliminar